La felicidad no es eterna

Los funcionarios nos recordaban todos los días de los presuntos éxitos de su gestión. El Presidente nos informaba con su precariedad expositiva que luchaba por nuestra felicidad y que algunas medidas dolorosas eran imprescindibles porque era el único camino posible. Que si hubiera uno mejor e indoloro por supuesto que lo hubiera elegido. Que su compromiso era decir la verdad. En medio de una protección mediática enorme, las mentiras eran tomadas como verdades, las penurias presentes eran el costo de una felicidad futura, y el pasado inmediato denostado como populismo era la causa de los sufrimientos actuales. Había que perder derechos fomentados por una demagogia desenfrenada para hacer realidad la revolución de la alegría. Lo anterior era “una fiesta” con un pago de facturas diferidas. El neoliberalismo y las religiones prometen un presente nutrido de sacrificios y una recompensa gratificante, ubicado en un horizonte inalcanzable o en otra vida.

Se puntualizó como un acto de profundo patriotismo cómo gente salvada económicamente por el resto de sus vidas, dejaban sus jugosas rentas privadas para “sacrificarse en el Estado” y colaborar en alcanzar la felicidad prometida. En el lenguaje gubernamental interno “son dadores de sangre”. Políticamente actuaron en los primeros 24 meses con inteligencia y con un pragmatismo enorme. Mantuvieron la cobertura social de los planes e incluso los incrementaron. Al mismo tiempo fueron desactivando en silencio la mayoría de los positivos emprendimientos y concreciones del kirchnerismo, y agravaron todo lo negativo.  El tarifazo fue aceptado a regañadientes, fruto del convencimiento que estaban bajas y por un hábil manejo publicitario y con algunas protestas en los dos primeros años.

El objetivo era pasar de ganar una elección por un punto y medio a una reafirmación contundente en las legislativas. Mientras tanto se fueron concretando medidas cuyas consecuencias nefastas se iban a exteriorizar mucho más adelante. Devaluación, ajuste, deuda (endeudamiento) y apertura de la economía, el plan DADA. Una mixtura de un modelo primario exportador con el de la rentabilidad financiera. El presunto gradualismo implementado, una concesión del lenguaje aceptado mayoritariamente, no era la vocación original del gobierno sino el camino adoptado dado los condicionamientos políticos. Lo brutal del pensamiento del gobierno se exteriorizaba en declaraciones de un salvajismo superlativo y en despidos sin anestesia.

La pesada herencia lo justificaba todo. Se repetía –hasta la saturación las 24 horas del día por diferentes bocas de expendios– que “se robaron todo”. Con la complicidad del  peronismo vegano, deseoso de ser la segunda marca del macrismo, suplieron sus minorías legislativas.

Fue en economía donde con una mezcla de ideología trasnochada e impericia mayúscula, elaboraron un coctel explosivo. Mucho de lo que puede ser visualizado como errores son objetivos buscados.

La eliminación de todos los controles financieros permitió convertir el país en un garito enorme. La disminución premeditada de los ingresos para favorecer a los sectores concentrados fue coherente con sus propuestas ideológicas y llevaron en dos años a un incremento considerable del déficit fiscal. La apertura indiscriminada de la economía produjo un desusado déficit comercial, mientras la fuga de capitales, el déficit en turismo, el peso de los intereses de una deuda contraída con premeditación y como única tabla salvadora que crece con voracidad, potenciaron el déficit de balanza de pagos.  Las importaciones crecieron por el ascensor y las exportaciones por la escalera. El país se quedó así sin los únicos dólares genuinos. El crecimiento del PBI fue tan pequeño que el presidente tuvo que caracterizarlo de invisible.  A dos años y medio de haber empezado su gobierno, mientras nos hablaban de que habían evitado una crisis no percibida, iban construyendo una verdadera del tamaño de un tsunami. Los capitales especulativos acudían en manada para obtener tasas inexistentes en ningún otro lugar del planeta. Traían dólares que vendían, los cuales engrosaban provisoriamente las reservas. Los pesos volcados al mercado que el Banco Central necesitaba neutralizar en su creencia monetarista que la inflación es monocausal, ofrecía LEBACs que los especuladores  compraban y cuya tasa fluctuó entre un 38% y un 26,5, hasta alcanzar el 40% o más durante la corrida cambiaria.

Con un tipo de cambio estable y con tendencia a la baja, las Lebacs eran renovadas y se convirtieron en una bomba de tiempo al punto tal que un vencimiento actual por el 60% de las mismas representan el equivalente a las reservas líquidas. Mientras los ojos y oídos de Macri, Marcos Peña, Mario Quintana y Gustavo Lopetegui  no se cansaban de repetir que el mayor éxito era haber impedido una crisis que le había dejado en forma larvada el kirchnerismo y que nos conducía a una situación equivalente a la que actualmente atraviesa Venezuela, el gobierno chocó con el iceberg de una furiosa corrida cambiaria que derivó en una crisis no imaginaria sino concreta.

Muchos de los integrantes del mejor equipo de los últimos cincuenta años, que protagonizaron seguramente corridas cambiarias formando parte de la entelequia mercado, puestos del otro lado del mostrador se asustaron y corrieron lívidos a pedir ayuda al FMI. De un gobierno que se enorgullece de carecer de historia, que cuando realiza algún comentario al respecto  la banaliza con una supina ignorancia,  no es de extrañar que sea protagonista de una remake histórica con final cantado.

Es una vuelta a lo peor del pasado. Es la escenificación de un largo retroceso, con la paradoja que un acto fallido de María Eugenia Vidal, es la única verdad en 30 meses de macrismo: “Cambiamos futuro por pasado”. De ese pasado emerge de nuevo el FMI, que lo quieren presentar falsamente como diferente,  y el riesgo país, que amedrentaba con sus alteraciones diarias

El camino al paraíso que describían la publicidad y los funcionarios no sólo estaba lejos, sino que las puertas del infierno estaban abiertas. Después del triunfo de noviembre del 2017, cuando todo parecía despejado para el macrismo, el caballo de Troya que habitaba en su interior (su proyecto económico que pretendía ser refundacional) terminó estallando. El gobierno malinterpretó el buen resultado electoral suponiendo que estaba allanado el camino para las pretendidas reformas estructurales. La aprobación pírrica del cambio de actualización de las jubilaciones y otros beneficios sociales y luego la acumulación de tarifazos, hirieron el traje de teflón y mostraron al gobierno desnudo en sus miserias. Junto con ello semanalmente, aparecieron la corrupción estructural de funcionarios implicado  s que van desde sus peculios guardados en guaridas fiscales a negocios que favorecen a sus empresas o anteriores empleadores, todo disimulado bajo el eufemismo de “conflicto de intereses”.

La inflación, que sostenían que estaba en baja, recobró un poderoso empuje, mientras el dólar del cual no había que preocuparse volvió a cobrar su lugar excluyente. Los pronósticos del mejor equipo son todos fallidos por diferencias que merecen un estridente aplazo.  El dólar vaticinado para el 2021, de 21,90,  ya ha sido largamente superado en mayo del 2018. Ni hablar de la lluvia de inversiones. Los errores de cálculo se cuantifican en años.

Apareció de pronto un cisne negro, paradojalmente tan previsible como inesperado,  en forma de corrida cambiaria aunque la fuga de capitales fue permanente desde los albores de esta administración. El gobierno que se arrodilló antes los poderosos internos, ahora lo hará antes los poderosos internacionales. Es una forma de ingresar al primer mundo por la claraboya y para limpiar los baños de los acreedores. El FMI es el auditor de los acreedores. En ese carácter obligará ahora,  lo que sugirió a fines del 2017:  bajar el déficit fiscal amputando ingresos de jubilados y trabajadores, de organizaciones sociales y de la asignación universal por hijo, para contar con los recursos para cobrar las amortizaciones de la deuda y de los intereses. Todo queda en suspenso y amenazado por las condicionalidades: paritarias, edad jubilatoria, jubilaciones y pensiones, regímenes especiales, reducción de planes sociales, disminución de asignaciones familiares, reducir los beneficiarios de la pensión universal a la vejez, congelamiento del ingreso a la administración pública y despidos, reducir la relación entre el haber jubilatorio y el salario mínimo, vital y móvil,  reducción de las transferencias a las empresas públicas y municipios, mayor apertura de la economía y como propuestas: recrear las AFJP y devaluación.

No hay un nuevo FMI, es el mismo, con propuestas similares pero con una envoltura menos repulsiva.

Es importante señalar que el acuerdo es la bala de plata del gobierno, porque como muy bien consigna el Centro de Economía Política Argentina ( CEPA): “ El FMI aparece en este contexto como garante  en última instancia, es decir, como un mensaje a “los mercados” del acompañamiento del organismo para calmar la demanda de dólares. Esto le otorga al FMI un poder de negociación único. En este sentido, el hecho de que el gobierno haya decidido que el endeudamiento externo sea el canal excluyente de financiación, hace que si el “último garante” decide no prestar, entonces nadie presta, por lo que no habría salida ante una eventual crisis”

El gobierno empezó una cuenta regresiva en su proyecto refundacional. Hoy el 2019 está mucho más lejos que los sueños arrumbados de un paseo electoral. Algo se ha derrumbado, ahí donde antes estaban las bases del triunfo. El escepticismo sobre el futuro, las promesas incumplidas, las mentiras que afloran, la transformación de la esperanza en decepción, la realidad irrumpiendo sin máscaras a pesar de los hasta ahora eficaces maquillajes de Durán Barba.

Equipo, cambio, sinceridad, trasparencia, alegría, honestidad, justicia independiente, Banco Central independiente, división de poderes, republicanismo, felicidad eterna, son palabras que el macrismo transformó en lo opuesto. Si esas expresiones se han desvalorizado hasta la insignificancia, en cambio brillan “guaridas fiscales”, “empresas off-shore”, “apropiación del estado para negocios privados”, “corrupción estructural”, “entrega”, “servilismo”, “dependencia”.

Se ha producido una bisagra aunque no necesariamente definitiva. El gobierno se suicida en defensa de sus falacias y recurre al FMI que le da la soga para ahorcarse. Se empieza a transitar un tiempo de descuento, porque como decía Mark Twain “es más fácil engañar a la gente, a que reconozcan que han sido engañados”. Pero cuando eso sucede es posible que ocurra lo que decía Perón: “Truena el escarmiento”.

 

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