Otro alto integrante de la Policía Metropolitana en el banquillo

Miguel Ángel Fausto Colombo, que irá a juicio acusado de proteger un prostíbulo del barrio de Retiro, es el más reciente fiasco y un nuevo escándalo político para Macri. Tras una denuncia pública, el Gobierno tuvo que echarlo: revestía como jefe de Investigaciones de la Policía Metropolitana y había sido separado de la Federal, junto con Palacios, en 2004. Con este caso, ya son cuatro oficiales de la cúpula superior de la Policía Metropolitana que el Gobierno tiene que dar de baja, al conocerse sus antecedentes.

Algo que resulta obvio para cualquier hijo de vecino parece eludir la comprensión de Macri, quien sigue empeñado en reciclar hombres de la Federal con prontuarios a cuesta.

Quizá ayude al Jefe de Gobierno entender que la Policía Federal no es una buena cantera de prospectos metropolitanos. Los federales vienen en dos formatos: con o sin prontuario. Estos últimos puede ser que no les corresponda tenerlos (si el candidato llegó a comisario es virtualmente imposible) o —mucho más probable— que haya sabido encubrir su participación en los múltiples negocios en los que van a comisión diferencial acorde con su rango los policías de la Federal, llámese juego clandestino, prostitución, venta ambulante, cuidadores de coches (trapitos), actividades lucrativas de barras bravas, aprietes, etc. etc.

De comisario y otros oficiales de rango superior para abajo, en el mejor de los casos, los aspirantes no dejarán sus mañas en el perchero, las llevarán consigo a la Metropolitana. No se trata de que tengan o no prontuario, sino que forman parte de un engranaje institucional dedicado al lucro. Pero no todos esos “hábitos” son judiciables, por caso el acceso a comida gratis y otras vituallas que obtienen de pizzerías, restaurantes, almacenes etc.; otros son de difícil probanza, como la condonación de multas de tráfico a infractores a cambio de coimas (llamativa la ausencia de cámara oculta: un encargo para los productores de “Policías en Acción” para quienes el delito es patrimonio del pobrerío y marginales en general). Hace unos meses, en otro programa, filmaron a un uniformado en moto cuando detenía a un ómnibus charter proveniente de La Salada en la autopista Richieri para cobrarles “peaje”. El conductor declaró que era habitual que les exigieran plata y que eran los pasajeros que venían de hacer compras en la feria de indumentaria de Lomas de Zamora, quienes habitualmente hacían un “vaquita” para no ser demorados en represalia.

A este cronista le tocó presenciar un episodio de una actividad casi desconocida, protagonizada por los ocupantes de un patrullero: hace un tiempo, en una florería cercana al cementerio de La Chacarita estaciona un coche policial, desciende un uniformado portando una corona de flores frescas (obviamente obtenida tras un entierro y en connivencia con personal del cementerio) para ser reciclada por el florista, talvez en una nueva corona, o quizá en un ramillete de novia, vaya uno a saber.

Las anécdotas abundan, el caso es que no importa su rango, cualquier policía que haya estado un tiempo en la Federal habrá participado en alguna actividad delictual de mayor o menor envergadura; en el mejor de los casos contra su voluntad, por órdenes superiores. Los “buenos policías” a ultranza, terminan siendo los que no aceptan y renuncian. No sería mala idea sugerirle a Macri localizarlos y convocarlos a integrar la nueva Fuerza.

Escribe Fernando Rodríguez en La Nación (Volver a tropezar con la misma piedra, 25/03/10):

Al margen de la importancia estratégica que la cuestión de la seguridad tiene en la carrera política de Macri, que apuesta al éxito de su gestión actual como trampolín de su aspiración nacional, la Metropolitana le daba la histórica oportunidad de refundar la acción estatal en la materia desde las antípodas de la lógica de actuación de la Federal, cuyo prestigio, para la mayoría de los porteños, está en retroceso.
El valor agregado no era sólo la promesa de “proximidad con el ciudadano” sino, precisamente, que a los vecinos los cuidara una nueva fuerza, despojada de las viejas y objetables prácticas que se le critican a la Federal. Los cuestionamientos a los hombres elegidos para conducir la fuerza porteña ponen en riesgo su propia credibilidad.

Lamentablemente, no cabe esperar un cambio de rumbo por motu propio de quien defendiera a ultranza al fino Palacios, involucrado nada menos que en encubrimiento y sustracción de pruebas en la causa Amia y sindicado como jefe de una asociación ilícita dedicada al espionaje ilegal mediante escuchas telefónicas (que incluye a un cuñado de Macri) y hoy detenido en el penal de Marcos Paz.

Por otra parte, resulta infructuoso confiar de parte de Macri una selección cuidadosa de quienes deberían cuidar a los vecinos de la Ciudad, cuando para dirigir la educación de sus hijos (la de los vecinos) nombró al truculento —y efímero por presión popular— Abel Parentini Posse como Ministro del área.

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