Un recorrido por los inicios del Periodismo en nuestra ciudad

En el Centro Cultural Mariano Moreno, perteneciente a la Fundación para la Educación de la Ciencia y la Cultura, tuvo lugar el comienzo de la actividad. Sobre un proyecto original del arquitecto Johannes Kronfuss  el edificio de Moreno 431, CABA, fue construido en 1919 sobre el solar histórico del nacimiento del prócer de la Revolución de Mayo.

“El pueblo tiene derecho a saber la conducta de sus representantes, y el honor de éstos se interesa en que todos conozcan la execración con que miran aquellas reservas y misterios inventados por el poder para cubrir sus delitos. El pueblo no debe contentarse con que sus jefes obren bien, debe aspirar a que nunca puedan obrar mal. Para el logro de tan justos deseos ha resuelto la Junta que salga a la luz un nuevo periódico semanal con el título de Gazeta de Buenos Aires”. Mariano Moreno

El sábado 2 de junio, tuvo lugar una visita guiada auspiciada por el Ministerio de Cultura de la Ciudad en conmemoración del Día del Periodista que se celebra el 7 de junio, consistente en un recorrido por lugares emblemáticos de Montserrat uno de los barrios más antiguos de la ciudad, con relatos basados en los comienzos del periodismo en nuestro país. Los guías narraron anécdotas referidos al propio Mariano Moreno, Manuel Belgrano y Juan José Castelli, primeros redactores del periódico la Gazeta de Buenos Aires

El Día del Periodista fue establecido en 1938 por el Primer Congreso Nacional de Periodistas, en recuerdo de la fundación de La Gaceta de Buenos Ayres, fundada el 7 de junio de 1810 por Mariano Moreno.Los puntos centrales del recorrido fueron el Centro Cultural Mariano Moreno (el solar donde nació Moreno), la agencia Télam, Caras y Caretas, Editorial Estrada y Colegio Nacional Buenos Aires, para finalizar en la Casa de la Cultura.

El 7 de junio [Mariano Moreno] fundó el órgano oficial del gobierno revolucionario, La Gaceta de Buenos Aires, donde escribió: «El pueblo tiene derecho a saber la conducta de sus representantes, y el honor de éstos se interesa en que todos conozcan la execración con que miran aquellas reservas y misterios inventados por el poder para cubrir sus delitos. El pueblo no debe contentarse con que sus jefes obren bien, debe aspirar a que nunca puedan obrar mal. Para el logro de tan justos deseos ha resuelto la Junta que salga a la luz un nuevo periódico semanal con el título de Gazeta de Buenos Aires».

Se dio el gusto de publicar en sus páginas —a la manera de los folletines por entregas, tan de moda en los periódicos europeos de la época— el Contrato social, de su admirado Rousseau, para que fuera conocido por la mayor cantidad de ciudadanos posible. Como no ignoraba el alarmante porcentaje de analfabetismo de la población, ordenó que se leyera a Rousseau desde los púlpitos de las iglesias, lo que puso un poco nerviosos a algunos sacerdotes contrarrevolucionarios. En el prólogo a la obra decía: «Si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que sabe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte, mudar de tiranos, sin destruir la tiranía».

Por razones estratégicas, Moreno suprimió el último capítulo del Contrato social. No era momento de abrir un frente de conflicto con la Iglesia, en cuyo seno había un significativo número de partidarios de la revolución. Moreno justificó la censura diciendo: «Como el autor tuvo la desgracia de delirar en materias religiosas, suprimo el capítulo y principales pasajes donde ha tratado de ellas». Uno de los párrafos censurados por Moreno decía lo siguiente: «La religión es necesaria a los pueblos y a los jefes de las naciones; ningún imperio existió jamás sin ella. No confundamos la religión con el ceremonial de ella. El culto que pide Dios es el del corazón; y éste, cuando es sincero, siempre es uniforme. Vanidad muy Joca es figurarse que tanto interés tome Dios en la forma del vestido del sacerdote, en el orden de las palabras que pronuncia, en los ademanes que hace en el altar y en todas sus genuflexiones». (Felipe Pigna, Los mitos de la historia argentina, página 187)

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