Censura post mortem a Rodolfo Walsh

Por Roberto Bardini

Radar, suplemento cultural de Página 12, le pidió a Roberto Baschetti —uno de los más acuciosos compiladores de la historia del peronismo— un artículo sobre Rodolfo Walsh con motivo de cumplirse 30 años de su asesinato. Baschetti envió su trabajo, pero lo llamaron para informarle que el editor del suplemento, Juan Boido, no estaba de acuerdo con el contenido. El artículo no fue publicado.

Lo más curioso del caso es que el trabajo de Baschetti da la palabra a Walsh a través de una selección de citas. Es el autor de Operación masacre quien se expresa sobre el peronismo, la “revolución libertadora” de 1955, los fusilamientos clandestinos de junio de 1956 en José León Suárez, la resistencia a la última dictadura cívico-militar, el papel de los intelectuales en favor de “las esperanzas, las inquietudes y los reclamos de la clase obrera”.

Al final del artículo, Baschetti escribe: “Los bien pensantes, los intelectuales ‘progresistas’, con el retorno de la democracia en 1983, primero tratan de ignorar a Walsh, luego de ‘ningunearlo’. Ante la contundencia de sus escritos y valores deben resignarse a hacerle un lugar; eso sí, explicando permanentemente o dando a entender que era un brillante intelectual pero políticamente equivocado”.

Se supone que Página 12 —a veces oficialista y a veces oficioso— es un diario “progresista”, de “centroizquierda”. Cuenta con un par de firmas antiperonistas que cada cierto tiempo, como “viudas de Walsh”, escriben sobre él. Uno de ellos, incluso, prologó una de las últimas ediciones de Operación masacre. Ellos lo recuerdan como escritor, como amigo querido, como ser humano. Se saltean, eso sí, su opción política por el peronismo en el que militó hasta el último día de su vida. Pasan por esa cuestión como gato entre las brasas: a los saltos y en zig zag.

Pues bien, la actitud de Juan Boido demuestra que han pasado tres décadas desde la muerte de Rodolfo Walsh y su palabra precisa sigue restallando como un látigo sobre la conciencia de algunos imbéciles. Los “intelectuales progresistas” y los “bien pensantes” no logran digerirlo. Han logrado convertir a Jacobo Timerman, mediante un complicado juego de prestidigitación, en un mártir del cuarto poder, en un esforzado periodista democrático, en un ciudadano que nunca alentó golpes militares, en una víctima del terrorismo de Estado. Ni Bartolomé Mitre —un pionero en eso controlar el pasado para dominar el presente— lo hubiera hecho mejor. Pero esos mismos no consiguen domesticar la figura de Walsh para colocarlo en el anaquel de lo políticamente correcto.

El editor de Radar no censuró a Roberto Baschetti. Censuró post mortem a Walsh.

Boido ha ganado su minuto de fama con su “obediencia debida”. Lo hizo a través de una idiotez que pasará a la historia de lo más bajo del periodismo argentino. Una mezquindad más, idéntica a la de quienes en 1956 enterraban la cabeza en el suelo como avestruces para no ver a ese hombre que circulaba de diario en diario buscando quién le editara su serie de artículos sobre los fusilamientos en el basural de José León Suárez.

Walsh ya se ganó un lugar en el sitial de los periodistas valientes, los del “violento oficio de escribir”, esos que permanecen “fieles a su compromiso de brindar testimonio en momentos difíciles”. Los otros quizá figuren, con mucha suerte, en una lacónica nota de pie de página.

ARTÍCULO CENSURADO POR PÁGINA 12
Palabra de Walsh

Por Roberto Baschetti

En el trigésimo aniversario del secuestro y asesinato de Rodolfo Jorge Walsh, con justa razón se suman homenajes y recordatorios en su memoria. Sus trabajos de investigación periodística (Operación Masacre, Caso Satanowsky, ¿Quién mató a Rosendo?) han dado lugar a un nuevo genero literario, la novela de no ficción, anticipándose en 8 años a quien muchos creen su creador, Truman Capote el escritor de “A sangre fría”. Cuando incursionó por el cuento policial (Variaciones en rojo) fue acreedor a un Premio Municipal de Literatura de la Ciudad de Buenos Aires en 1953. Y once años más tarde en 1964, con muy buena crítica por parte de entendidos y especialistas, estrena una pieza teatral de su autoría (La batalla) y un año más tarde otra, (La granada), siendo esta última una lograda sátira sobre los militares y el poder en la Argentina.

Claro que todos estos logros y reconocimientos a nivel intelectual —que se irán acrecentando en el tiempo— van de la mano, como vidas paralelas pero íntimamente ligadas e interrelacionadas, con el accionar político que va potenciando. Su defensa de la revolución cubana y la causa palestina, su paso por la CGT de los Argentinos, el Peronismo de Base y su inserción en Montoneros, por ejemplo, son eslabones ineludibles e imprescindibles para entender su compromiso social en pos de una Argentina libre, justa, soberana, socialista.

Sin embargo son muchos los que se resisten aún a visualizar, a comprender, a analizar a Walsh como un todo, es decir su vena intelectual sumada a su opción política, que creo es la única manera de lograr un perfil acabado de su paso, de su existencia por este mundo, sin caer en distorsiones o supuestos que luego se muestran fácilmente refutables.

Me propongo entonces recuperar la palabra de Walsh sobre ciertos temas concretos: molestos e incómodos para algunos, gratificantes y reivindicativos para muchos, entre los que me incluyo.

  • Operación Masacre. “Escribí este libro para que actuara; en este momento no reconozco ni acepto jerarquía más alta que la del coraje civil. No puedo, ni quiero, ni debo, renunciar a un sentimiento básico, la indignación ante el atropello, la cobardía, el asesinato. Este caso está de pie resuelto a impedir para siempre que un militarote prepotente juegue con la vida de la gente mansa. Sólo un débil mental puede no desear la paz. Pero la paz no es aceptable a cualquier precio”. (En el prólogo de una de sus ediciones)
  • Revolución Libertadora. “El gobierno de Aramburu encarceló a millares de trabajadores, reprimió cada huelga, arrasó la organización sindical. La tortura se masificó y se extendió a todo el país. El decreto que prohibe nombrar a Perón o la operación clandestina que arrebata el cadáver de su esposa, lo mutila y lo saca del país, son expresiones de un odio al que no escapan ni los objetos inanimados, sábanas y cubiertos de la Fundación incinerados y fundidos porque llevan estampado ese nombre que se concibe como demoníaco. Toda una obra social se destruye, se llega a cegar piscinas populares que evocan el ‘hecho maldito’, el humanismo liberal retrocede a fondos medievales: pocas veces se ha visto aquí ese odio, pocas veces se han enfrentado con tanta claridad dos clases sociales”. (Prólogo a la 4° edición de “Operación Masacre. Junio 1973).
  • Peronismo. “¿Te considerás incluido en el Movimiento Peronista? Rodolfo Walsh: “Si se admite que la antinomia básica del régimen, antiperonismo—peronismo, traduce la contradicción principal del sistema, opresores—oprimidos, yo no me voy a anotar en el bando de los opresores ni en el de los neutrales”. (Primera Plana N° 489 del 13/06/72).
  • Resistencia a la dictadura militar. “Propaganda infatigable por medios artesanales. Si las armas de la guerra que hemos perdido eran el FAL y la Energa, las armas de la resistencia que debemos aportar son el mimeógrafo y el caño”. (Aporte a una hipótesis de resistencia. Los métodos de acción. 02/01/77).
  • La historia. “Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así como propiedad privada, cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas”. (Reportaje de Ricardo Piglia a Walsh. Marzo 1970).
  • Socializar el conocimiento. “¿Cómo analizarías el paso de un trabajador intelectual desde su posición individualista, reconocida, a una dimensión donde lo importante sea la colectivo, lo anónimo? Rodolfo Walsh: Creo que es un paso muy duro, pero nunca más duro que el que da cualquier persona de otro sector social, el obrero y el estudiante por ejemplo, que abandona su realización personal, su posible prestigio, para entrar en una acción colectiva. Es un acto de renunciamiento donde se prescinden en muchos casos de la tarea específica, de la vida en familia. Existe un obstáculo inicial muy grande, que es la propia conformación del intelectual dentro del sistema. Pero ese obstáculo debe franquearse para poder recibir otras gratificaciones, las auténticas y mucho más importantes, que consisten en percibir las esperanzas, las inquietudes y los reclamos de la clase obrera; en una elaboración común de sus consignas, de sus caminos de salida…”.(Nuevo Hombre Nº 2. 28/07/71).

El 25 de marzo de 1977, Rodolfo Walsh muere en un combate desigual: él solo contra todos sus verdugos. Sabe que no puede caer con vida. Unos días antes había redactado ese paradigma de denuncia escrita y defensa de principios que es la Carta Abierta de un Escritor a la Junta Militar, justamente al cumplirse un año del golpe cívico-militar.

Es más que evidente que Rodolfo Walsh cumplió hasta el final de su vida con su compromiso de “dar testimonio en momentos difíciles” como enuncia en aquella carta. Por ejemplo, en los cables de Cadena Informativa a partir de diciembre de 1976 y hasta su muerte, podía leerse como un copete, de su propia autoría: “Reproduzca esta información, hágala circular por los medios a su alcance: a mano, a mimeógrafo, oralmente. Mande copias a sus amigos: nueve de cada diez las estarán esperando. Millones quieren ser informados. El Terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad. Derrote el Terror. Haga circular esta información”.

Los bien pensantes, los intelectuales “progresistas”, con el retorno de la democracia en 1983, primero tratan de ignorar a Walsh, luego de “ningunearlo”. Ante la contundencia de sus escritos y valores deben resignarse a hacerle un lugar; eso sí, explicando permanentemente o dando a entender que era un brillante intelectual pero “políticamente equivocado”. Con lo que sin proponérselo están dando lugar a la gestación de una equivocación gigante —que alguna vez deberían tratar al menos de comenzar a explicar— a la que adhirieron en vida (desde el peronismo revolucionario) no solo Walsh, sino también Héctor Germán Oesterheld, Pedro Orgambide, Roberto Carri, Rodolfo Puiggrós, Holver Martínez Borelli, Jorge Cedrón, Rodolfo Ortega Peña y Francisco Urondo, entre tantos otros.

Hay entonces un solo Walsh, único e indivisible, que conforman el intelectual más el militante. Tratar deliberadamente de separarlos es volver adrede hacia atrás, hacia la confusión deliberada, hacia la oscuridad que nos iguala en la ignorancia.

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