El ejemplo de Tosco

Agustín Tosco nació un 22 de mayo de 1930 en Coronel Moldes, un pequeño pueblo del sur de Córdoba. Su figura está indisolublemente ligada a un sindicalismo combativo, clasista, liberador, como él mismo definía, capaz de interpelar a las fuerzas populares para avanzar en un proyecto colectivo de dignidad y justicia.

Tosco afirmaba: “La unidad del pueblo argentino es lo fundamental, es la única posibilidad que nos dará a nosotros una perspectiva a breve plazo. No queremos ser un coro de lamentos de los problemas que padecemos, mientras peleamos por nuestras pequeñas diferencias. Queremos unir toda la fuerza de patriotas y argentinos, para luchar contra la opresión, contra los monopolios, para luchar por la liberación.” Aquellas palabras fueron dichas en un contexto dictatorial.

El presente resulta muy diferente de aquella coyuntura de la autodenominada “Revolución Argentina”, allá por los sesenta. Sin embargo, el mismo proyecto de liberación del que hablaba Tosco se encarna en la acción que hoy transita nuestro pueblo y sigue estando en el horizonte siempre inalcanzable. En esa misma búsqueda, desde 1998, con el triunfo electoral de Hugo Chávez Frías en Venezuela y a partir de 2003 con Néstor Kirchner en Argentina, protagonizamos un proyecto nacional y continental con justicia social y soberanía económica y cultural.

Si el nombre de Tosco se relaciona con lo más honesto, consecuente, revolucionario de la clase trabajadora, resulta ser, también, la piedra de toque para conmemorar aquella lucha histórica, a la vez inédita, que se desplegó con el nombre de Cordobazo. Hoy, 29 de mayo, se cumple un nuevo aniversario de aquella pueblada, que enfrentó a la dictadura de Onganía, sustentada en el movimiento obrero, los estudiantes y la intelectualidad, con el apoyo de las clases medias.

El joven Agustín fue un gran lector de los clásicos de la literatura universal y de los revolucionarios socialistas, a la vez que compartía con sus compañeros peronistas, desde los 19 años y como delegado de la empresa en la que trabajaba, las primeras luchas en defensa de los derechos de los trabajadores. Durante los años de la otra dictadura, la de Aramburu y Rojas, el joven sindicalista militaba aliado a la línea de John W. Cooke en defensa de las conquistas obreras.

La experiencia del Cordobazo, precedida por correntinazos, mendozazos, rosariazos, introdujo novedades que ameritan ser celebradas y recreadas en el actual proceso argentino y latinoamericano. En primer lugar, la alianza obrero-estudiantil que expresó la voluntad de reunir a los dos núcleos sociales más dinámicos y decididos a confrontar con la derecha militar y civil que se unió para conformar la dictadura. En segundo término, la unidad de las corrientes nacional-populares del peronismo, la izquierda marxista que expresaba el propio Tosco, cristianos militantes de la naciente Teología de la Liberación fundada en Medellín un año antes y otras identidades democráticas que convergieron en la protesta contra una dictadura oscurantista que agredió a los trabajadores, a la Universidad en la nefasta Noche de los Bastones Largos, a las clases medias y al conjunto de la sociedad democrática.

A esta configuración social y política que se puso de manifiesto en el Cordobazo la resumió magistralmente Tosco: “Nos han dicho invocando a la Patria, que somos todos argentinos. Sabemos que es así, formalmente. Pero hay una realidad más esencial: la mayoría de los argentinos quieren y defienden a su Patria, pero una minoría privilegiada y reaccionaria, la vende o la entrega.”

A 40 años de la partida del gran líder sindical –muerto en la clandestinidad por una enfermedad que no pudo ser adecuadamente tratada– su conmemoración puede incorporar el recordatorio sensible del respeto y el afecto, pero resulta imprescindible trascender la mera efeméride. Circunscribir la vida y la muerte de Tosco a un recuerdo cristalizado sería un modo sutil de clausurar su historia y su ejemplo para el futuro.

Su memoria debe convertirse en un legado para el pensamiento y la acción política. La reflexión sobre la herencia del sindicalismo de liberación adquiere el sentido de la urgencia, afirmando el camino iniciado en estos años por muchos valiosos luchadores obreros que se enfrentan a las expresiones degradadas del sindicalismo que capituló optando por transformarse en empresariado disfrazado.

La primera década del siglo XXI ha sido pródiga en novedades y conquistas, tras un cuarto de siglo de aplicación sin misericordia del proyecto mercantilista de subordinación al capital financiero internacional. Aquel oprobioso período histórico sumergió a nuestros países en relaciones neocoloniales con los poderes mundiales y locales.

El período que se abre puede ser denominado –según el original aporte del doctor en Economía español Alfredo Serrano Mancilla– como “década en disputa”, en la cual se libra una batalla fundamental: seguir avanzando hacia posiciones autónomas y soberanas, consolidando las políticas de distribución de la riqueza, eliminación de la pobreza y profundización de las acciones del Estado y la sociedad civil para la ampliación de derechos sociales, económicos y culturales.

Frente a las nuevas realidades generadas por nuestros gobiernos populares emergen fuerzas conservadoras que, con lenguajes de alegría simulada y campañas publicitarias eficaces, se proponen detener los cambios y poner fin a las políticas públicas inspiradas en la idea de más justicia y más democracia. Esta batalla nos obliga a recuperar críticamente las mejores tradiciones de lucha de nuestro pueblo, y es aquí donde la memoria del Cordobazo adquiere un sentido muy valioso. La unidad de las tradiciones populares y la construcción plural de fuerzas sociales rebeldes y transformadoras siguen siendo necesidades impostergables para que la década en disputa se salde a favor de las mayorías sociales.

El recuerdo de Agustín Tosco interpela a los trabajadores y sus organizaciones a recuperar el ejemplo de dignidad, integridad ética y lucidez política. En ese marco, adquiere un nuevo sentido la sentencia de Eduardo

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