Esclavos en el siglo XXI — 1ra. parte

NOTA DE OPINON: LA TRAGEDIA DEL TALLER

Por Ana María Ramb (Especial para Red Eco Alternativo) *

La Trata de Esclavos es una herida en la Historia de la humanidad. Y el capitalismo se empeña, no sólo en mantenerla abierta, sino en atravesarla hasta el hueso con su garra.

El capitalismo tardío en sus estertores

Sí: es tardío, aunque sea muy poderoso, más poderoso que cualquier otro imperio del que se tenga memoria. Pero está muriendo en un ocaso sangriento. Cierto es que su agonía resulta lenta, espantosamente lenta si se la contempla desde el horizonte de una sola vida humana (apenas un grano en las arenas de la Historia). No sé si mi generación llegará a ver su caída (alimento con fervor esa esperanza). Pero que, en su decadencia, el sistema capitalista se muestra a sí mismo corroído y putrefacto, lo demuestra la tragedia que estalló la noche del 30 de marzo último, de la que resultaron víctimas seis bolivianos; cuatro de ellos, niños entre 3 y 15 años. Lugar: Buenos Aires, barrio de Caballito, en su linde con Flores.

Queda expuesto una vez más que capitalismo no funciona sin corrupción y sin estructuras mafiosas, que son causales de crímenes recurrentes, como las muertes provocadas en el incendio de un edificio habilitado como “taller de corte de género, bordado y confección de ropa para hombres, mujeres y niños”. En realidad, se trataba de algo parecido a un campo de concentración, donde entre 50 y 60 seres humanos vivían hacinados y trabajaban reducidos a la servidumbre.

En fin: que el local en cenizas era un sitio dejado fuera de todo control y cuidado, como el de la República de Cromañón, donde el 30 de diciembre de 2004 fueron masacrados en esta misma ciudad 194 jóvenes que sólo querían oír la música de su grupo favorito. Y no olvidemos a las secuelas padecidas por los sobrevivientes.

Es evidente que, a la corrupción y las estructuras mafiosas, el capitalismo viene sumando una herramienta que muchos creían totalmente erradicada: la Trata de Esclavos. (Así, con mayúsculas, figura en algunos libros, tal vez porque su canalla dirigente y sus ganancias son de extraordinaria magnitud).

La Trata

Resulta urgente e imprescindible desenmascarar las organizaciones que utilizan engañosos mecanismos para reclutar mano de obra barata en La Paz y otras ciudades o localidades de Bolivia, y a las empresas que se benefician con ello. Cuando arriban a Buenos Aires, los inmigrantes bolivianos que ingresan al nuestro en busca de trabajo, son sometidos a jornadas laborales de hasta 16 o 18 horas diarias. Transcurre un buen período sin que reciban paga, porque sus caporales alegan tener que descontarles los gastos de viaje (ni que hubieran viajado en avión). Y cuando empiezan al fin a cobrar, no se les reconoce el salario que les corresponde. En la misma barraca/taller donde trabajan, se habilitan dormitorios y comedores precarios, a fin de que en ningún momento abandonen el edificio. Los recién venidos han caído en la red de la Trata de Esclavos. Algunos, sumidos en la alienación de ser sobre explotados, con familia a cargo, sin conocer a nadie en la gran ciudad, tardan en darse cuenta.

La Trata es una herida en la Historia de la humanidad. Y el capitalismo se empeña, no sólo en mantenerla abierta, sino en atravesarla hasta el hueso con su garra.

El tráfico de esclavos fue un negocio sumamente rentable para los aristócratas y los comerciantes europeos, y contribuyó de manera significativa al florecimiento de las economías centrales. Fue el genocidio que, organizado por los regímenes colonialistas de hace 500 años, alimentaría al principio a las monarquías, y después al sistema capitalista en sus mismos orígenes. No hubiera prosperado la Revolución Industrial sin la mano de obra esclava que proporcionó materias primas y minerales o bien “preciosos”, o bien indispensables para el desarrollo técnico. Mientras los indios sometidos morían en los socavones de los Andes antes de llegar a los 30 años de edad, los esclavos negros arrancados del África regaban con su sudor las plantaciones de algodón del sur de los EE.UU. y los cañaverales azucareros de Haití y de Brasil, por aludir apenas a tres ejemplos. Los capangas se encargaban de que los indios díscolos de la mita y los negros esclavos que huían a los quilombos en busca de libertad, dejaran tras sí regueros de sangre.

Hasta que en el siglo XIX, el despertar de la conciencia revolucionaria en América Latina y los proyectos liberadores de Simón Bolívar, José de San Martín, Bernardo de Monteagudo, José Martí, Manuela Sáenz y tantos otros patriotas de Nuestra América parecieron dejar clausurada la vergonzante tragedia de la esclavitud. Ni en la más ominosa pesadilla, aquellos grandes podían llegar a sospechar que, a comienzos del siglo XXI, y en el distrito más rico de la República Argentina, hubiera esclavos.

Asaltos a La Alameda

¿Se acuerdan con qué prepotencia quisieron desalojar una y otra, y otra vez, un bar abandonado desde 1998, donde desde hace más de tres años se reúnen los vecinos de las Asamblea Popular de Parque Avellaneda? El local es La Alameda, y allí la Asamblea, nacida al calor de las jornadas del 20 y 21 de diciembre de 2001, organizó un comedor comunitario y un centro cultural. En La Alameda encontraron un espacio de respeto y solidaridad no pocos obreros indocumentados que trabajaban en los talleres clandestinos o semiclandestinos de la zona. El frente del local fue baleado, y los hermanos bolivianos, hostigados por bandas neonazis. Cuando integrantes de la Asamblea intentaron hacer la denuncia en la Comisara 40ª, allí se negaron a recibirla; les dijeron que fuesen a presentarla ante la ONU.

Los vecinos de la Asamblea de Parque Avellaneda no se achicaron. Es más: radicaron denuncias de sobre explotación ante el CGP (Centro de Gestión Participativa) del barrio. La denuncia de esclavitud organizada habrá ido a dar al cesto de los papeles. Hubo otras. En la última, el denunciante de la mafia de los talleres debía contestar por escrito una serie de preguntas exhaustivas en cuanto datos personales, información que resultaría valiosa para los mafiosos operantes.

Otro ejemplo: en junio de 2005, el funcionario de la Dirección de Migraciones, Carlos Sapere, denunció ante el Ministerio del Interior (cuyo titular, recordemos, es Aníbal Fernández) la “recomendación” recibida de sus superiores en cuanto hacer “la vista gorda” sobre un fenómeno que el funcionario observó: la entrada masiva de ciudadanos bolivianos en calidad de turistas que, en lugar de volver a su país en los plazos previstos, se establecían en la Argentina, sin tramitar su radicación. La denuncia, realizada en junio de 2005, recibió una respuesta intimidatoria por parte, no del Ministerio del Interior, sino de los funcionarios cuyo proceder Sapere cuestionaba.

La ley de la mayor ganancia posible

Los bolivianos traídos con falsas promesas por los actuales tratantes de esclavos eran prácticamente confinados en barracones donde habían montado talleres con habilitación precaria en algunos casos (¿recuerdan Cromañón) y ninguna en otros. La zona circundante a la Avenida Avellaneda en el barrio de Floresta, sectores de Caballito y Flores y, sobre todo, el límite entre estos dos barrios, fue la región elegida. Al viajar en el colectivo 50, llamaba la atención la soledad de esas calles, con casonas, garajes y galpones sospechosamente cerrados. Un hito lo marca el cruce de avenidas donde Carabobo marca el límite entre Caseros y Cobo. De haber bajado ahí, al acercarnos a las ventanas clausuradas, hubiésemos oído el ruido de incansables cremalleras. Se multiplican en esta zona, como en las otras mencionadas, los talleres donde obreros bolivianos dejan a diario una plus valía casi inimaginable: la mano de obra de un pantalón vaquero se paga menos de un peso: 90 centavos. No mucho más se paga una campera que llevará la muy buscada etiqueta de Lácar (¿qué culpa tendrá el bellísimo lago patagónico?). La Montaigne, campera también muy “de onda”, está a la venta en $300 (trescientos pesos) por unidad. El costurero que las confecciona obtiene sólo $1.50 (¡un peso con cincuenta centavos!) por cada una, y eso le lleva una hora y media de trabajo. Ni que hablar de una prenda femenina marcada por la muy exclusiva empresa de Gabriela y/u Olga Naum, que en su elegante local de la calle Armenia acaban de recibir una vez más el martes 4 de abril, la visita de Máxima de Holanda. Custodiada de cerca, la princesa consorte hace llenar con sus compras una camioneta.

Al mismo tiempo, en los altos de los talleres se hacinan los niños, mientras los padres están sobre las máquinas desde las siete de la mañana hasta la una de la madrugada del día siguiente. Té o mate, una plato de arroz o de un guiso misterioso, algún pedazo de pan, es el alimento de todos, que se prepara en cocinas conectadas a una garrafa de gas. Parvas de telas y restos de trapos amontonados en los rincones conforman un material sumamente inflamable. ¿Bomberos? ¿Policía? ¿Policía del Trabajo? ¿Qué es eso? Es lo que preguntan los inmigrantes, desorientados. ¿Control por parte del gobierno de la ciudad? Remitámonos a Cromañón.

Actualmente, está denunciado el personal de la Comisaría 40ª como recolector de coimas para pasar por alto todo control. No es el único responsable de la tragedia. ¿Dónde están los empresarios explotadores? ¿Cómo se completa la lista de empresas “fashion” que terciarizan su producción en estos talleres esclavistas?

Ni lerdo ni perezoso, incluso cuando sus huestes están diezmadas por los juegos del partido en el gobierno, el macrismo, que en las medidas más trascendentes de la pasada gestión ibarrista fuera su socio (posición que le fue muy cómoda, como que querrá prolongarla en la gestión de Telerman), y a la vez representante de los grupos económicos que funcionan en la economía social con criterio “cromañonesco” , no dudó en reunirse con algunos de los sobrevivientes del incendio del taller de la calle Luis Viale, ¡como si le interesara algo la suerte de estos obreros!

(continúa)


* Escritora, periodista, docente. Coordinadora del Departamento de Literatura y Sociedad del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini

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