Los familiares de las víctimas de Cromañón

Quiebran todas las reglas del decoro y la civilidad pero la prensa lo ignora; le tiran huevos a Estela de Carloto y todo sigue igual, amenazan a un juez en su cara con liquidarle a sus hijos y el hecho no se acumula mediáticamente en su contra, lo mismo repiten con Aníbal Ibarra y dale que va. Ayer, uno de ellos, mediante gestos le advertía que lo iban a degollar. Salió caminando con el resto, cuando Maier ordenó desalojar la sala. Son “los familiares”, intocables bajo una denominación convenientemente abstracta, a quienes una sociedad indolente y una clase política timorata les ha dado patente de corso. La represalia ha quedado legitimada por tratarse de un dolor abismal multiplicado por 194.

La derecha los sustrajo del duelo necesario frente a un suceso que viola las leyes biológicas naturales para encauzarlos por el mezquino andarivel de la conveniencia política. La alquimia no podía haber sido más adecuada. Cálculo por un lado y desesperación por el otro. La mezcla resultó explosiva. El cálculo instaló a un culpable de todos los males, materializó una complicada madeja de corrupción, complicidades y encubrimientos en un sólo chivo expiatorio. El dolor vio la oportunidad de paliar la desesperación y se convirtió en el odio que genera adrenalina y promueve la acción. Puesta la maquinaria en marcha arrasó con todas las normas de convivencia ciudadana e institucional.

El juicio político al chivo expiatorio recuerda prácticas similares a lo largo de la historia. La Inquisición europea del siglo XV llamaba “herejes” a sus chivos expiatorios y los sometía a los peores tormentos. El poder protestante en Salem (EE.UU.) en el siglo XVI quemaba a los suyos por practicar la brujería. En uno y otro continente cuando se desató la caza de brujas la prueba consistía en mantener a la acusada bajo el agua durante diez minutos; si sobrevivía iba derecho a la hoguera porque ninguna persona normal y sólo las brujas podían tener semejantes poderes. Esta racionalización de una “lógica” irracional alcanzó su ápice en la Alemania nazi. Ya no era el hacer sino el ser lo que estuvo en cuestión. El nazismo encontró en el “juden” a su chivo expiatorio, culpable de todos los males de la población alemana. A comienzos de la guerra fría en los Estados Unidos, fueron los comunistas. El senador Mc Carthy les endilgaba el mote a personalidades de las artes y las ciencias, quienes debían hacer su descargo en juicio, invirtiendo la presunción de inocencia. Hoy día, Bush arrasa con todas las libertades individuales alegando que preserva a la población del terrorismo islámico. Muchas personas que profesan esa religión están detenidas en la base naval de Guantánamo sin acusación alguna, más que la de ser sospechosos de terrorismo por practicar su fe.

Quienquiera que piense que estas comparaciones son desatinadas, fuera de lugar o totalmente excesivas, está invitado a revisar la secuencia de acontecimientos que han llevado a instalar a un culpable de todos los males en el banquillo de los acusados. Las similitudes hay que encontrarlas en las prácticas utilizadas, si bien no en las consecuencias funestas de aquellos ejemplos, la mayoría de los cuales terminó en el suplicio y en la muerte de los acusados.

En este caso un denominador común es la ceguera emocional que descarta toda prueba contraria a la evidencia inducida. El otro es la reducción de la complejidad, plagada de ambigüedades y zonas grises, a una fórmula concentrada en un solo elemento. El tercero es la figura del autor intelectual, quien por un lado define al enemigo y la gente que por el otro acompaña activamente o bien sucumbe pasivamente por temor a las consecuencias.

Un sector mediático muy belicoso de “los familiares” se convirtió aquí en nuestra Ciudad en el ariete de un juicio irracional. Son los creyentes que acompañan un designio ajeno. El eventual “triunfo” (la destitución de Ibarra) tendrá un efecto efímero. Las consecuencias serán similares a las de aquellos antecedentes. La sociedad metabolizará el brote de locura tratando lentamente de entenderlo y los activistas de la causa se encontrarán en este caso de frente y a fojas cero con un dolor insondable.

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