Más amor y menos declaraciones

El 14 de diciembre de 1954 las Naciones Unidas instituyeron el “Día del Niño” para que cada país adoptara la fecha y forma de celebrarlo. Un breve repaso por el calendario y la geografía permite comprobar que los derechos del niño son vulnerados en la mayoría de los países de la tierra. 

Por Oscar Taffetani

(APE) — El 14 de diciembre de 1954, cuando el recuerdo aún caliente de la guerra había ablandado un poco a los “halcones” y endurecido un poco a las “palomas”, las Naciones Unidas instituyeron el Día del Niño, sugiriendo que cada país lo celebrara “en la fecha y forma que estime conveniente”.

Poco después, el 20 de noviembre de 1959, la ONU aprobó la Declaración de los Derechos del Niño, invitando a suscribirla a todos los países de la tierra.

Medio siglo ha pasado desde esos dos importantes pronunciamientos y no es necesario esperar el reporte anual de UNICEF para saber que los derechos del niño son vulnerados en la mayoría de los países de la tierra.

En Indonesia —informa un cable de EFE— hay más de 50 millones de niños indocumentados. Cincuenta millones, repetimos. Niños “en negro”, sin derecho a una identidad, a una ficha, a un legajo en un hospital o en una escuela.

¿Qué sentido tiene, ante ese simple dato arrasador, hablar del tráfico de niños, del tráfico de órganos, de la explotación de menores o del trabajo infantil en Indonesia?

Cincuenta millones de niños, en un país del Asia que no es muy diferente a otros, sencillamente no existen para el Estado. Mejor dicho: existen como materia humana usable y descartable. Como no—humanos. Como no—niños.

O vayamos a Iraq, en el Oriente medio. Allí, el Día del Niño, tanto para los chiítas como para los sunitas, se celabra el 4 de julio. Paradójicamente, es el mismo día de la Independencia de los Estados Unidos.

En Iraq, el “Día del Niño” coincide con el “Día del Enemigo”.

Pero además, en un país en donde mueren un promedio de dos mil civiles por mes a causa de la guerra, con cuatro millones de desplazados interiores y otro tanto refugiado en países vecinos, y donde gran parte de la población carece de agua potable y atención sanitaria ¿qué sentido tendría celebrar el Día del Niño?

Hemos citado dos casos —extremos, pero reales— del acontecer de este mundo sin paz y sin estrella, un mundo que rutinariamente celebra sus declaraciones “universales”, rindiendo cuentas inútiles a un Dios de otra galaxia.

Una pregunta, y su respuesta

En Colombia, el Día del Niño se celebra el último sábado de abril; en México, el 30 de ese mismo mes; en Paraguay, el 31 de mayo (aunque también el 16 de agosto, y hasta existe un Día del Niño por Nacer, el 25 de marzo); en Venezuela, es el tercer domingo de junio; en Uruguay, el 9 de agosto; en Chile, el segundo domingo de ese mes; en Perú, el tercero; en Brasil, cada 12 de Octubre.

Para la ONU —así está en su calendario— el Día Universal del Niño es el 20 de noviembre, coincidiendo con la histórica Declaración.

Faltaría instituír —pensamos— el Día del Niño del Mercosur. Ya se le ocurrirá a algún estadista.

En la Argentina, incialmente, el Día del Niño se celebraba el primer domingo de agosto. Actualmente, por necesidades del calendario vacacional (y comercial), fue trasladado al segundo domingo.

Las jugueterías y shoppings, agradecidos…

¿Sirve para algo el Día del Niño? nos preguntamos, con gesto adulto.

Por supuesto que sirve, nos respondemos con un relámpago de ilusión, llegado desde ese niño que alguna vez fuimos.

Sirve para reunir y para agasajar a nuestros niños.

Sirve para compartir el pan y el dulce y las caricias.

Sirve —nos sirve— para celebrar la ternura invencible de los chicos del pueblo.

Feliz día, gurí. Feliz día, che.

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