De nuevo a la escuela: ¿espacio de hospitalidad?

Por Alicia Stolkiner, psicóloga, profesora de Salud Pública y Salud Mental, Facultad de Psicología de la UBA (1985- 2001), investigadora, directora de la Maestría en Infancias y Juventudes de la UADER y profesora del Doctorado en Salud Mental Comunitaria de la Universidad Nacional de Lanús.


En octubre del año pasado, el Consejo Federal de Educación fijó el inicio de clases en 2022 y en diciembre comenzó la escalada de la variante Ómicron altamente contagiosa. Aunque las vacunas probaron su efectividad para prevenir agravamientos, internaciones y muertes, hubo un incremento abrupto de casos, que en la actualidad se encuentran en descenso.

En ese marco se anuncia el retorno a las clases presenciales, muy deseado por niños y familias, y se genera una flexibilización de medidas de cuidado. Hay que contemplar que el inicio del otoño-invierno y la posibilidad de aparición de nuevas cepas del virus indica la necesidad de cierto alerta, y también que se debiera educar en el cuidado en un mundo que ha enfrentado ya varias enfermedades emergentes pandémicas y que habitarán estas nuevas generaciones.

El gobierno nacional presentó el Protocolo Aula Cuidada y Segura. Luego la Ciudad de Buenos Aires anunció que “se acababan los protocolos” disminuyendo las medidas de prevención y la provincia de Buenos Aires adhirió a la propuesta de Nación, al incorporar algunas medidas extra como provisión de barbijos seguros en las escuelas.

La escolaridad tiene muchas más funciones que el aspecto formal de los contenidos. En las sociedades actuales urbanas, la escuela es la institución fundamental donde los niños se relacionan con pares y con adultos no familiares. El crecimiento es necesariamente separación progresiva de los padres, salida al mundo y establecimiento de vínculos fuera de la familia. La interacción con otros de la misma generación es insustituible, tanto para el juego y las primeras formas de amistad en los primeros grados como para las primeras formas del amor, para verse y reconocerse en otros. La escuela es espacio de construcción de alteridad y de ejercicio de lazo social, a la par de aporte a la democratización del capital simbólico de la sociedad. Es insustituible por una actividad realizada virtualmente en el hogar.

Mucho antes de la pandemia, la profesora de Psicología Educacional Nora Elichiry se preguntaba si la delegación de las actividades de aprendizaje escolares al entorno familiar no contribuía a “fomentar microprocesos cotidianos de exclusión”. De lo que se trata es de una dinámica articulación entre actores de la comunidad educativa, cada uno en su función y de la articulación intersectorial de lo escolar con otras áreas como salud, de manera reticular.

Simultáneamente, la pandemia evidenció crisis previas y necesidades de cambio de la institución escolar, por ejemplo la necesidad imperiosa de reconocer el rol activo de los niños, niñas y adolescentes en sus procesos de aprendizaje. El pedagogo italiano Francesco Tonucci llamaba a consultar y escuchar a los niños como actores fundamentales en la situación de pandemia. Para ellos es más fácil incorporar prácticas en su cotidianeidad e inclusive promoverlas en los adultos, eso se vio en la campaña contra el tabaquismo cuando se lo previno tempranamente en las aulas y tuvo efecto en las familias. En la escuela se debería trabajar colectivamente en la elaboración y simbolización de este doloroso período como parte de los cuidados de salud mental.

También la escolaridad es el espacio donde se debieran detectar y abordar intersectorialmente sufrimientos como el abuso o la violencia, incluyendo la violencia dentro de la escuela misma, el bullying o acoso escolar que reproduce dentro de la comunidad educativa formas sociales de segregación. Se trata de que el dispositivo escolar sea un promotor de la solidaridad y de la gestión incruenta de conflictos.

En un mundo que ha mostrado facetas dolorosas y un riesgo global para la vida, debemos promover una escuela que sea un espacio de diálogo, cuidado y hospitalidad, ese sería su aporte fundamental a la salud/salud mental y a la vida social.

Fuente: Télam

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