UN DESASTRE DEL QUE NO SE HABLA

Por Antonio Elio Brailovsky

La rápida respuesta de inspecciones a los locales bailables después del desastre de Cromagnon tiene mucho que ver con el modo en que la sociedad porteña politizó el tema. Para los miles de ciudadanos que marcharon por las calles de Buenos Aires, se trató de un hecho con responsables políticos y eso impulsó a las autoridades a tomar algunas de las medidas de control que debieron haberse tomado mucho antes.

Pero, ¿qué sucede cuando, por el contrario, hay un esfuerzo por despolitizar un desastre?

Simplemente, los medios de comunicación lo sacan del conflicto entre el dirigente A y el dirigente B o entre los partidos políticos que en ese momento se disputan el poder. En ese momento, dejan de considerarlo noticia y la población lo olvida. Tal parece ser el caso del derrame petrolero de Magdalena, del cual en estos días se cumplieron seis años.

Hay algunos motivos para que este aniversario no pase en silencio. Como dijimos en varias oportunidades, se trató de la colisión del buque petrolero “Estrella Pampeana” de la empresa Shell con el barco portacontenedores “Sea Paraná” en el kilómetro 93 del Río de la Plata, a 30 kilómetros de la ciudad de Magdalena. Fue el principal derrame petrolero del mundo ocurrido sobre un curso de agua dulce: unas 5 mil toneladas de crudo, que dañaron el ecosistema y provocaron alteraciones a la salud de los pobladores que fueron contratados para trabajar en su limpieza en condiciones altamente insalubres. Aunque los daños casi no son visibles fácilmente, el ecosistema sigue alterado, en tanto que nuestro sistema judicial sigue negando justicia a los pobladores afectados.

Pero lo más sugestivo y lo que diferencia este desastre del que acabamos de vivir en Once es que en el caso de Magdalena hubo un acuerdo político para ocultar las implicancias del desastre. El entonces Presidente de la Nación, el entonces Gobernador de la Provincia de Buenos Aires y la entonces Secretaria de Recursos Naturales y Ambiente Humano trataron un tema de gravedad inusitada como si fuera un incidente menor. Por ejemplo, ninguno de ellos intentó denunciar penalmente a los responsables del siniestro. Los sectores políticos de oposición tampoco hicieron nada ante el episodio.

La velocidad con que lo olvidaron los medios periodísticos sugiere que a menudo los medios no se ocupan tanto de los hechos que se producen como de las repercusiones políticas de esos hechos.

¿Intereses económicos? Sin duda, pero veamos cuáles.

El “Estrella Pampeana” era lo que se llama un buque monocasco, o con un casco único. En todo el mundo se están prohibiendo los buques petroleros monocasco. Es decir, que sólo pueden circular los petroleros que tienen casco doble, para evitar derrames en caso de un accidente. Precisamente, el famoso “Prestige”, que provocó un desastre semejante ante las costas de Galicia era un buque monocasco y por eso no podía entrar en ningún puerto europeo.

¿Qué hicieron las empresas cuando se vieron obligadas a renovar su flota? Ya lo podemos imaginar: mandaron los buques obsoletos a aquellos países del Sur que todavía estaban dispuesto a aceptarlos. Hace unos días, hice una advertencia pública sobre los peligros de ese tipo de embarcaciones. La tomó el diario “El Día”, de La Plata, en su edición del 31 de enero último. Los periodistas de ese diario se fueron al Puerto de La Plata y les preguntaron qué tipo de pertoleros llegaban allí. La siguiente es la referencia textual: “Desde el Consorcio de Gestión del Puerto La Plata -por donde pasaron durante 2004 unos 1.200 barcos, entre carboneros, químicos y de combustibles- se explicó que “hoy por hoy, todos los petroleros que llegan son del tipo monocasco. Si bien existe una disposición internacional -con vigencia en Europa- que exige buques de doble casco para el transporte de los productos ‘negros’, como fuel oil y crudo, en Argentina la regulación sólo habla de antigüedad: estipula que los monocasco botados hace más de 25 años deben quedar en desuso. Y la fiscalización de esa norma está a cargo de Prefectura”. (El Día, 31/1/2005)

Les cuento que esos barcos son bastante fáciles de ver y que no hace falta ser marino para inquietarse por el estado en que se encuentran. Basta con irse al puerto de Tigre y tomar alguna lancha colectiva que circule por los ríos Luján, Canal Vinculación, Canal Arias o Paraná de las Palmas.

Mientras ustedes miran el hermoso paisaje de las islas, estén atentos para darse cuenta cuando se crucen con un petrolero. Son muy fáciles de reconocer: son aquellos barcos que tienen la cubierta llena de caños que conectan partes del mismo. Mírenlos con atención: la mayor parte de esos petroleros son verdaderas chatarras flotantes. Suelen tener nombres argentinos, pero enarbolan banderas de países que no preguntan demasiado ni tampoco controlan nada, como Liberia. (Precisamente, el “Estrella Pampeana” era de bandera liberiana, lo que le permitió eludir los leves controles argentinos). Cubiertos de óxido y con evidentes daños, dan la impresión de estar realizando su último viaje hacia el desguace. Pero es sólo una ilusión: nadie piensa en deshacerse de ellos y así siguen su viaje hasta que tengan algún siniestro.

Si bien la nafta es cara, el petróleo es lo suficientemente barato como para que algunas empresas prefieran perder una cierta cantidad por derrames antes que invertir en un transporte más seguro.

Esos barcos, que son el descarte de lo que los otros países ya no aceptan, no deberían navegar nuestros ríos. Lo hacen porque en su momento recibieron la misma protección política que los dueños de ciertas discotecas para seguir con una conducta inadmisible.

Imaginemos un desastre semejante al de Magdalena frente a la Ciudad de Buenos Aires, a la altura del Aeroparque, allí donde está la toma de Aguas Argentinas. Recordemos que hay una sola toma de agua para abastecer a 6 millones de personas y que, por razones inexplicables, no hay Plan B para el caso de un derrame de petróleo u otro evento que la inutilice. Imaginemos por un instante la magnitud de una catástrofe como lo sería el dejar sin agua potable a 6 millones de personas por un tiempo que no podemos estimar.

¿Tienen que ocurrir las cosas para que los responsables se den cuenta de que podían haberlas prevenido?

Más allá del obvio reclamo de justicia para los vecinos de Magdalena, me parece que una buena manera de recordar este aniversario es reclamar a nuestras autoridades que no sigan protegiendo a los dueños de esas peligrosas chatarras flotantes y prohiban de una vez la circulación de los petroleros monocasco.

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