DOLOR Y REFLEXIÓN

Mensaje de la organización Corriente Patria Libre

Es muy difícil reflexionar después del dolor por lo sucedido en la tragedia de Cromañón por la que casi doscientos jóvenes perdieron su vida y más de cien permanecen internados. Pero es necesario ahondar sobre lo sucedido, por respeto a las víctimas y como necesaria búsqueda sobre la cadena de responsabilidades quebradas y acerca de los valores sobre los que se ha construido nuestra sociedad en los años recientes.

Desde distintos sectores (los medios de comunicación por sobre todo, fuerzas políticas de distinto signo, organizaciones sociales, familiares de las víctimas, etc.) se está intentando, ya sea con honestidad o con visible oportunismo, encontrar responsables por lo sucedido. Casi todos señalan al Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, a los bomberos e inspectores municipales por la falta de control, al empresario que cerró las salidas de emergencia y puso material inflamable para aislar acústicamente el lugar, y algunos hasta a los jóvenes que prendieron la o las bengalas a pesar de las advertencias que se hacían desde el escenario. Si bien estas responsabilidades existen y deben ser castigadas, de acuerdo a la magnitud de cada una, por el desprecio a la vida del prójimo que conllevaron, es necesario escarbar más hondo para cuestionar a una sociedad que fue construida los últimos treinta años bajo el paradigma neoliberal, basado en el individualismo y el egoísmo, sin ningún tipo de responsabilidad social o colectiva, donde el desprecio a la vida humana es algo cotidiano.

Que en muchos casos hayan sido jóvenes humildes las víctimas debe aumentar nuestra responsabilidad en la crítica, por que ellos fueron también las víctimas preferidas del modelo social de los noventa, sin posibilidades de realizar una vida digna, expulsados del trabajo y de la escuela; sin formar parte, porque no lo vivieron, de ningún proyecto social integrador.

El principal inculpado hasta ahora es el empresario Chabán, sospechado de habilitar el lugar mediante coimas a los funcionarios e inspectores para que omitan que habían visto los paneles acústicos inflamables; de ordenar cerrar las salidas de emergencia con alambres para que no se le “colaran” los jóvenes al recital en vez de contratar más personal para custodiarlas; y además de hacer ingresar a tres veces más personas que las autorizadas. ¿Pero es este un caso aislado o nos remite a la mayoría del empresariado de nuestro país? Esa clase de empresarios que no pagan sus impuestos aunque se vayan de vacaciones a Punta del Este, que se niegan a pagarles salarios justos a sus trabajadores, a darles seguridad en su labor, o que los tienen en negro para “ahorrar costos” dejándolos sin ningún tipo de protección social. Aquellos que prefirieron vender sus empresas a capitales extranjeros, muchas que luego cerraron generando un país lleno de desocupación y pobreza; y que después se quejan de la inseguridad, la delincuencia y piden mano dura y represión, principalmente para aquellos jóvenes acusados de “vagos” por ser pobres. Esos que quieren un país sólo para ellos y desarrollan una conducta antisocial e individual en casi todas sus actividades, haciendo de ella un modelo “ético” a imitar y pretendiendo ser, mediante toda la artillería mediática, el parámetro o paradigma de éxito en nuestra sociedad. Sobre su frívola imagen de éxito individual y falta de compromiso social se construyó el paradigma cultural dominante principalmente durante los noventa, cuando el “boom de consumo” tapaba todos los índices que mostraban el remate del país y el aumento exponencial de la pobreza. Podemos entonces ver en este personaje-empresario Chabán, no a un loco suelto sino a uno más de los privilegiados de nuestra sociedad.

Respecto de los inspectores que obviaron lo que no se podía obviar, los funcionarios con distintas funciones que pudieron evitar que sucediera la tragedia haciendo cumplir las ordenanzas y no lo hicieron, por corruptos o ineptos, sólo se puede alegar a su favor que nunca les enseñaron a hacerlo de otra manera. Son los “alumnos” de Menem y María Julia, y la función pública es para ellos un lugar desde donde apuntalar su propia ambición personal. Con la destrucción de nuestro proyecto colectivo de nación también se prostituyó la función pública y debemos aceptar que lamentablemente no existe en la mayoría de nuestros funcionarios la idea de que su función debe desempeñarse celosamente, pues de ello depende la realización y el bienestar de la sociedad; y que en ese desarrollo colectivo y social se de debe realizar su propio proyecto personal. Éste es otro aspecto de la victoria ideológica que obtuvo el neoliberalismo: la desvalorización del Estado y la corrupción de la función pública. Tal vez éste sea el patrón de conducta que casi todos conocemos y que tenemos que cuestionar, porque la construcción de un nuevo proyecto nacional necesita de nuevos funcionarios, abnegados y dispuestos a poner los intereses colectivos por encima de los particulares.

Ahora se intenta culpar también a nuestros jóvenes: prometen un identikit de quien prendió la bengala, en un intento de transformar a las víctimas en victimarios. Pero para juzgar a nuestros jóvenes, a sus conductas actuales, hay que tener en cuenta qué se hizo por ellos. Son nuestros jóvenes “los hijos de los noventa”, aquellos años donde toda lucha colectiva era desvalorizada y derrotada, y donde la salida individual era la opción que el modelo neoliberal pregonaba a los cuatro vientos desde lo medios de comunicación y su superestructura cultural.

Son nuestros jóvenes quienes vieron derrotados a sus padres en el sueño de una vida digna en un país digno, porque fueron expulsados del trabajo o trabajaban bajo la explotación que significaba la flexibilización laboral. La desvalorización del trabajo hecha por los sectores dominantes en nuestra sociedad es la desvalorización del trabajador mismo, y sus efectos sobre el núcleo familiar han sido desintegradores. En una sociedad que no respeta y protege a sus jóvenes es muy probable que estos desafíen sus reglas.
Ahora bien, por último: el Gobierno de la Ciudad no desconocía las características de los empresarios en general, ni éstos del espectáculo en particular. Tampoco de la venalidad de muchos de los funcionarios e inspectores encargados del control, ya que cualquiera que vive en la ciudad la conoce; como también se sabe perfectamente de los rasgos culturales de nuestra juventud hoy. ¿Cuál es la razón entonces para que, después de cinco años de administración, no haya tomado todos los recaudos necesarios para que no sucediera lo que sucedió? A nuestro entender es debido a que el gobierno de Aníbal Ibarra no ha trabajado seriamente para transformar en estos años la matriz del Estado que dejaron las administraciones sucesivas del PJ y la UCR (Grosso, Domínguez, De la Rúa, etc.) en la ciudad. Esa matriz llena de corrupción, de falta de compromiso real con la ciudadanía, de burocracia, de conciliación con los sectores más poderosos y de despreocupación y clientelismo con los más débiles. No es justo decir que la actual administración es una mera continuidad de las nefastas anteriores, o que no ha tenido aciertos a pesar de tener que desenvolverse en toda la primera parte en medio de la enorme crisis nacional. Pero sí lo es expresar que no ha tenido la voluntad necesaria en estos años para transformar el Estado burocrático y corrupto de la ciudad en profundidad, aunque fuera en forma lenta. Su actitud ha sido permanentemente la de caminar a dos aguas y ver cómo se queda bien con todos, pero preocupados principalmente por no confrontar con aquellos que tienen poder, llámense empresarios, derecha, corporaciones políticas tradicionales, burocracia sindical, grupos de presión, medios de prensa, etc. De participación ciudadana en la gestión de gobierno, poco y nada más allá de las palabras. Así llegamos a este drama.

Pero en todas estas tragedias existe lugar para la esperanza, y ella reside en primer lugar en aquellos pibes y pibas que, arriesgando su vida, entraban y salían del boliche en llamas para salvar a sus amigos y compañeros. Algunos de esos jóvenes incluso murieron en esa heroica tarea. En segundo lugar en que son muchos ahora los que exigen por que se haga justicia y para que las cosas cambien de una vez por todas, mostrando que el espíritu del 19 y 20 está allí presente. En ellos es donde sigue germinando nuestra esperanza y en donde encontramos el temple, el sacrificio y las personas con las cuales tenemos que reconstruir nuestro país.

Como hicieron muchos –como los jóvenes de los setenta que al dolor de un país arrodillado al imperialismo lo transformaron en acción revolucionaria, o como las Madres de Plaza de Mayo, a quienes el dolor no inmovilizó sino que les dio fuerzas para luchar por la vida y los sueños de sus hijos–, debemos ahora trasformar el dolor tanto en lucha por el castigo de los responsables como en reflexión y acción creadora de este nuevo proyecto colectivo de país que está intentando nacer, opuesto al individualista y genocida del modelo neoliberal.

Para ello debemos ser también inflexibles con nosotros mismos, pues como hijos de esta sociedad, muchos de esos “valores” individualistas y egoístas han anidado en nosotros. Sólo el trabajo colectivo y la lucha por la nueva Argentina que empieza a andar nos ayudará a superarlos. Ese es el mejor homenaje que les debemos a nuestros jóvenes. Depende de nosotros.

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