QUÉ ME LLEVÓ A TOMAR ESTA DECISIÓN

Por Ana Rita Vagliati

Ana Rita Pretti Vagliati (33), hija del represor Valentín Milton Pretti (alias Saracho) inició un juicio civil, en marzo de este año, ante un tribunal de Lomas de Zamora, para cambiar su apellido por el de su madre, Juana Vagliati. Su padre, ya fallecido, fue comisario de la policía bonaerense, a partir de la Ley de Obediencia Debida, en 1986. Antes había sido jefe del Comando Operativo Táctico 1 de la localidad de Martinez, pero también intervino en el Pozo de Bánfield, en el de Quilmes y en Puerto Vasco.

Lo central no es haber pertenecido a una familia disfuncional ; no se trata sólo de una hija rebelde y un padre psicótico ; no se trata de una venganza, ni una revancha contra mi padre.

Es necesario remarcar que, lo vital y liberador de esta decisión, tiene que ver con poder, al fin, elegir quién quiero ser. Sería un error pensar que se trata de un tema puramente personal, porque se relaciona con la posibilidad de que todos podamos elegir quiénes queremos ser y que eso se vea reflejado en nuestros nombres y apellidos. En una situación similar se encuentran las y los transexuales o los hijos abusados por sus padres a quienes se les dificulta mucho el cambio de identidad. Esta decisión debería ser un simple trámite y no parte de un proceso judicial.

Además, elegir el apellido materno abre un debate acerca de la transmisión patriarcal del apellido. En mi caso, fue mi madre la que permitió romper el horror familiar siendo la proveedora de ternura. Fue la que nos protegió y nos alimentó con valores humanos y llenos de vida.

Por otro lado, todo lo que hizo mi padre no fue parte de un brote psicótico -en ese caso hubiera sido internado en alguna institución psiquiátrica- por el contrario, fue reclutado por el Estado a partir de una política consciente de terror sistemático sobre la población civil y las organizaciones populares. Luego, fue justificado por las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final.

Con esta política siniestra se quitó, para mí, mi familia y la sociedad entera, la posibilidad de un tercero de apelación -en este caso el Estado- que juzgara y castigara, como correspondía, crímenes de “lesa humanidad”.

A lo largo de mi vida tuve que padecer muchas terapias, en las cuales se me proponía solucionar los pequeños conflictos familiares. El tema de fondo, que era que mi papá había participado de la represión, quedaba guardado en la privacidad del consultorio, cuando en realidad era un problema público y manifiesto. La forma en que se hablaba de esto en mi casa, era la de una especie de secreto a medias, y los terapeutas de ese momento continuaban con la lógica del “secretito familiar”.

Desde siempre, mi padre me relataba hechos en los que había participado, pretendiendo erigirme de alguna manera como jueza de sus actos y así disculparlo de sus crímenes.

Con mi última terapia se desbloqueó esta encrucijada: decidimos que no era yo quien debía juzgarlo en nombre de la sociedad y que, la mejor manera de no reproducir su relación con el mundo y las personas, era cambiarme de apellido. Así, marcaría un corte, una ruptura en la transmisión generacional que denotaba el horror de lo hecho por él.

Cambiar mi apellido paterno por el de mi mamá abriría, para mis futuros hijos y descendientes, la posibilidad de sentirse orgullosos de mí y del apellido que elijo, así como yo me siento respecto de mi mamá, Juana Vagliati.

 

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